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Venezuela es para mí...

Aún me recuerdo cuando acostada en un colchón que era más bien un catre (dormía al lado de mis padres porque estábamos en obras) miraba el pénsum de mi carrera, tratando de calcular los años que me quedaban para terminar. Estaba en el segundo semestre y en realidad me faltaban cuatro largos años para hacerme licenciada.

Han pasado muchísimo tiempo, en realidad tanto que he perdido los recuerdos nítidos, ya los ojos de las personas que veía todos los días se me confunden con sus narices, sus pelos y sus bocas.

En aquel entonces yo vivía en Venezuela. Un país que ahora mismo es  una imagen difusa y trágica de lo que era en aquellos tiempos en los que yo estudiaba literatura.
Pasé cuatro largos años  más en aquella universidad porque creía firmemente que al terminar trabajaría en  un buen liceo e iría a la playa de vez en cuando, vería mis series por cable y en algún momento conseguiría un novio con quien pudiese convivir y casarme. Creía y nunca pensé que vivir en otro país era una opción. No me interesaba, aceptaba mi país como suficiente, total, me bastaba. 

Yo me considero, a pesar de todo, una persona con mucha suerte. Pude salir de Venezuela y no he pasado hambre. Pero si comparo mi destino con el de un ciudadano europeo promedio, la verdad es que da un poco de lástima:
Tengo 38 años, dos hijos, un marido y todo lo que hice durante toda mi vida no sirvió para nada. No puedo comprar una casa, no puedo hablar bien el idioma del país donde vivo, y luego de haberme graduado con excelentes calificaciones he terminado en una escuelucha de formación menor en donde estudio con un montón de adolescentes que encima se ríen cuando parada al frente tengo que dar una exposición. Ahí sigo, poniéndome medias y zapatos deportivos para ocultar mi decrepitud, mi desubicación con respecto a dónde debería estar.

Este escenario, podría decirse, es la culminación de una larga lista de intentos para hacer lo que a mí me gusta, lo que me apasiona (dar clases de español). Pero en Alemania vivir dando clases de español si no has llegado al país joven es practicamente imposible, así que estoy haciendo algo que no es mi pasión y donde no me siento a gusto, pero que me permitirá ganar dinero en un futuro para solventar cualquier problema de mi gente en Venezuela.

Repito, soy una persona incalculablemente afortunada. Tengo salud, hijos sanos y comida, aprendo cosas nuevas, no sé conducir un auto, pero puedo andar en bicicleta y tengo spotify, lo que significa que puedo escuchar la música que me plazca cuando quiera. También tengo amigos con los que me divierto. No puedo pedir más.

Pero hay algo invisible en medio de todo este estable estado de las cosas. Todos los días, mientras puedo, me meto compulsivamente en twitter para ver las noticias de Venezuela. Apenas me importan las de Alemania, el país donde vivo. Mi obseción insoportable me llevó por un tiempo a atormentarme pensando de manera paranoica en las posibles soluciones que podría tener mi país. Por más que veía muchísimas cosas que se caían por su propio peso, por lógicas, me daba cuenta que allí simpre sucedía un designio diabólico o trágico que  empujaba a Venezuela a un nivel más avanzado de destrucción. Aún pienso que la tierra de Bolívar no ha llegado a su punto de caída más baja. Ojalá me equivoque pero siempre he visto con claridad lo que va a suceder. Por eso estoy aquí. Supe que si me quedaba allí mi vida correría peligro. Y la vida de cada una de las personas que vive en Venezuela ahora mismo corre peligro. 
Tengo familia. Tengo a mis padres. Ese peso invisible es una parte silenciosa de mi vida, el terror latente de la hambruna, la violencia, la mengua por falta de medicinas. Las enfermedades son algo que son parte de todos, y  ruego que mis padres no se enfermen ¿Qué clase de fortaleza tendré si esto sucede? ¿Cuál sería mi reacción ante la impotencia?

El domingo, en medio de mi febril obstinación miraba el móvil y vi a unos soldados diciendo que habían tomado la unidad 44 en Valencia. La gente emocionada cantaba victoria y se regocijaba porque unos militares habían hecho justicia, finalmente se iría Maduro de Miraflores. Pero inmediatamente pensé en Chávez, y cómo algun día también estuvo allí, dando un golpe de estado, revindicando las injusticias sociales. Caí en cuenta: se necesitaría mucho fuego para purificar, se necesitaría gente que de verdad quiera al país, se necesitarían muchos aviones y ganas y medidas acertadas, perfección en medio de la barbarie, del caos,de la muerte. Solo el dolor enseña, y pienso que no solo el dolor, también la inteligencia práctica. La capacidad de estrategia y la seriedad. Yo, mientras tanto, he decidido leer una novela romántica, a veces es bueno alejarse, me gustaría que mañana todo fuese distinto, sentirme ligera, ligera como esa pluma. Una persona ríe y te dice que te lo creíste, lo de Venezuela no era verdad, era una pesadilla, como cuando sueñas que tienes SIDA o que no has estudiado para el examen...pero la broma tiene demasiados años, y todos en el país nos hemos reído y le quitamos antes o después la seriedad que de verdad tenía. Ahora mismo todo es demasiado serio. Todo es demasiado triste. 

Dónde está la gente inteligente...me pregunto, tengo 18 años viendo cierta diabólica inocencia, diabólico optimismo en la oposición. El enemigo siempre ha sido superior. Empecemos a apelar a esos Davids, que son más listos que los Goliats. No está de más que se buscase gente tan lista como en Cuba, pero que trabaje para sacar a Maduro.

Ya.

No quiero seguir.

No sucede nada de lo que pienso.

Ya.

Se siguen muriendo los niños en las maternidades, se siguen muriendo los niños. Eso me basta para imaginar el horror. Odio que se mueran los niños. Es la cosa más atroz que puede existir. Hay cada día más madres desgarradas y familias destruidas, y hambre y miseria, y desesperanza, lágrimas, brutalidad, barbarie, fealdad.

Mi identidad se quedó en un recuerdo que ya va perdiendo las líneas y se difumina, mi corazón es carboncillo, y un dedo implacable lo masajea, un dedo implacable me aleja de lo que fue mi niñez y mi juventud, de lo que fui una vez. Buscarme otro yo, olvidar todo esto, sí, ligera de mentira, ligera negando que eso ocurre, olvidar y negar, negar siempre fue lindo, busquemos opio para  todos hasta que alguien abra la puerta, sí, y que la luz nos dé en la cara y nos diga que el buen sueño ahora comienza.

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