Ir al contenido principal

Adiós, Venezuela.

Mis adorables hijos...
¿Qué es no poder sentirte confiado en hacer lo que necesitas? Me explico, ir a tu país de visita. Hace cinco años que no voy a Venezuela. Viví allí 30 años y desde hace 6 años no piso un avión para cruzar el Atlántico. No he sido capaz (tras ensayar mil veces buscado la ruta  Caracas Frankfurt) de comprar el vuelo. Tengo el dinero para comprarlo, pero por una extraña razón no me atrevo a hacer ese pequeño movimiento de dedo índice. No puedo apretar y continuar con la operación de compra. Ahora tengo hijos, dos. Veo sus caras inocentes, escucho sus voces y me da miedo llevarlos a aquél sitio. Me repetiría mil veces si dijese que allí la vida no vale nada. No vale, otra vez repitiéndome. Si bien es cierto que en un sitio como Nueva York o Londres ocurren crímenes, en estos sitios de capitalismo salvaje la delincuencia es más comedida que en Caracas.

Escribo porque me veo invadida por una especie de angustia. He llegado a un momento de mi vida donde siento que todo se ha devaluado. Que mis recuerdos se han ido perdiendo hasta tal punto que he tenido que renunciar a lo que fui durante treinta años y creo que es un poco como despedir para siempre a un amigo,a un familiar, o peor. Somos todos tan egoístas que en realidad lloramos a la muerte por nuestros propios recuerdos, nuestra vida pasada, renunciamos a lo era genuino en nosotros y aunque seamos muy jóvenes  habiendo sufrido estas perdidas nos desgastamos, despedir a tu país es desgastarte. Un ciudadano venezolano de 8 años  está desgastado. Imagino a ese niño recordando la galleta que ahora no puede comprar, mirando el pollo cada vez más menguado que su mamá le pone en el plato.
“La renuncia es el viaje del regreso del sueño” escribió Andres Eloy Blanco, pero no solo renunciamos a lo que soñamos, renunciamos también lo perdido, lo antes retenido entre las manos. Me vienen a la mente las luces de un paraje de Caracas,en corro, alrededor de ellos solíamos reunirnos y montar allí una minirumba con cervezas hasta entrada la madrugada. También hice muchas veces esto en Cumaná. Mis recuerdos de las noches  de descanso en una  hamaca guindada en la orilla de la playa, el sabor del raspado de colita, la intensidad del sol cumanés cuando me tocaba ir a la UDO a la una de la tarde, el olor de tierra mojada del patio de mi abuela lleno de matas de mango. 

En seis años no puedo saber cuánto ha cambiado aquello que fui. Sé que después de haber estado un año en Madrid volví a Caracas y me encontré al ateneo vestido de rojo con pancartas políticas. Aún Chávez no sabía que se moriría pronto. El ruido, el estruendo, lo desagradable del deterioro. La moralidad se descascaraba y la decencia se esfumaba para dar paso a la ordinariez, la desidia. Mis padres siempre me dijeron que ellos estudiaban en la calle, a la luz de los postes, con las puertas de sus casas abiertas, me contaban cómo podían confiar en los demás, cómo podían ser libres, completamente libres.

Ahora mismo me parece injusto que todo esto haya terminado así. Sí sé que mi niñez fue jodida. Estudié con niños estúpidos, sifrinos, que se creían superiores siendo idiotas. Crecí recibiendo el castigo del bulling porque era pobre, morena, introvertida. Pero no traduje mi sufrimiento y mis afrentas para seguir perdiendo. Tengo muchísimas razones para ser una chavista resentida y odiar con todas mis fuerzas a aquella casta de gente que siempre pisoteó a los pobres. Pero me niego y no soy una vendida. Es increíble seguir arrastrando sufrimiento y desastre en nombre de la reivindicación de los heridos, de los golpeados, los insultados, los perjudicados y los oprimidos. 

El sufrimiento pasado no justicia al nuevo. Es absurdo. Mientras viví en Venezuela creí que lo mágico, lo sobrenatural jugaba un papel importante en mi vida y en la de todos. Pero poco a poco, después de casarme con un ingeniero y de vivir en Alemania, me di cuenta que solo el trabajo continuado y riguroso hace que nuestra aldea vital sea habitable, agradable. Nos construimos un entorno bello porque trabajamos para que sea así. En Venezuela hemos tenido mucho chismorreo, y mucha credulidad, creemos que la estrella de la quinta constelación vendrá a sacarnos de todo, vendrá a hacer pagar al malo que nos pegó en la escuela. 

Estoy convencida que solo la honestidad y la valentía pueden sacar a mi país del terrible hueco en que se metió. Ahora mismo no es posible porque todo se ha envilecido de tal manera que solo una bomba muy ruidosa puede sacarles de la hipnosis. Espero no morirme antes de que se abra un camino de luz en Venezuela, que así sea.  

Comentarios

Susana dijo…
Lo siento mucho. Debe ser terrible ver como tu país se degrada y no poder hacer nada por evitarlo. Un beso.
Amylois dijo…
Jo, que post más duro. Un abrazo.
pues si, es dificil. Pero seguimos adelante, desde lejos. Un abrazo.
Anónimo dijo…
Totalmente de acuerdo. Tengo 37 años, los últimos 7 fuera de Vzla.
Pienso que mi país nunca más será el refugio de ilusión, vitalidad, alegría y sencillez que una vez fue. Siento profundamente que me han arrancado una parte de mi vida.
Se que esa gran parte del Pueblo amable, honesto y trabajador que fue antaño ha cambiado, igual que he cambiado yo... nos han cambiado(ellos)... Y se que nunca más seremos (todos los vzlanos) como antes.. y por lo tanto, nuestro país nunca más será el que nosotros amamos.
Solo nos queda ese dulce recuerdo que tanto daño nos hace, cuando intentamos REVIVIR la VIDA como realmente hacíamos y sentíamos la VIDA en nuestro y ahora, imaginario país...

Entradas más populares de este blog

Normal

Me he estado preguntando últimamente qué es realmente ser normal. La campana de Gauss no pudo explicarme. Si yo soy normal (esto es un ejemplo) no puedo ser pureza normal porque ser pureza normal es estar metida en la barriga de la campana en todas las variables posibles que pueden definirme, entonces dudo que yo sea normal (esto es parte del mismo ejemplo). La normalidad, según mi humilde criterio, va de la mano del aburrimiento y el aburrimiento es lo más gris, uniforme y castigador que hay. Prefiero entonces no ser normal absolutamente; sin embargo, si tuviera que esperar a alguien que me haga compañía preferiría que lo fuera. La normalidad es predictiva, y en el fondo, aunque nos cueste aceptarlo, a nosotros, sí, también a mí (y aquí soy normal) no nos gusta sobresaltarnos con cosas anormales. Las cosas anormales causan incertidumbre y la incertidumbre continuada es una desdicha (al menos para la gente normal en este tema). Lo anormal tiene algo de divertido, desastroso y siniest

Mi crítica : "El guardián invisible" de Dolores Redondo

  No sé por dónde empezar; este libro ha sido la absoluta decepción del año junto con "Persona Normal" de Benito Taibo. Mi malestar empezó con los diálogos... Llegado un momento de la trama uno de los inspectores que hacen el séquito a la inspectora Salazar se lanza con una exposición de cita de libro sobre las leyendas vascas y sus criaturas ancestrales. La exposición, ausente de cohesión con el ritmo anterior de los diálogos, se me antojó un corte y pega de Wikipedia difícilmente catalogable ; penoso para ser este un libro leído y celebrado por tanta gente. Lo voy a decir y lo siento por los fans acérrimos de Dolores Redondo: Los diálogos son acartonados, impostados, manidos, faltos de fuerza y vivacidad, en algunos momentos me parecen absolutamente naivs propios de una parodia de lo que debe ser un libro policíaco, con búsqueda de asesino incluido. Pongo un ejemplo, por favor, para continuar con mi indignación; llegado el momento la inspectora sale a buscar a unos doctores

"El misterio de Salem's Lot"

  Amo los libros de terror, no los leo en la noche con la puerta entreabierta, con todo en silencio, me imagino que viene un ser horrible con ojos de muerto y se para en silencio en la puerta y yo me paralizo y no puedo ni gritar ni hablar del miedo, pero es lo que busco, qué le vamos a hacer. Este libro tiene como protagonista a Ben Mears, un escritor en sus 30 que por circunstancias de la vida había pasado una temporada en Jerusalem´s Lot cuando era niño. El caso es que Ben vuelve al pueblo tras una tragedia personal para escribir y recordar las experiencias de ese intenso verano en el que vivió un encuentro sobrenatural en la casa de los Marsten. Aquella casa abandonada había pertenecido a la familia Marsten, una pareja fallecida en espeluznantes circunstancias. Después de aquello, la casa fue ganando la fama de maldita y los niños hacían apuestas de valor a ver quién se atrevía a entrar y superar las posibles apariciones fantasmales que se encontraban dentro.  Ben de niño  lo hizo