En Araya hay chivos que comen... no sé qué comen los chivos. Yo siempre pensé que eran unos señores mayores, que sabían mucho de la vida, se tocaban la barbilla y pensaban en filosofía. Tal vez estos chivos habían leído a Kant, a Marx,a Shopenhauer. Siempre me dijeron que los chivos eran mayores que yo, por lo que no podía pensar en ellos como jóvenes criaturas nacidas hace pocos meses, comiendo tierra en Araya, en Uruguay, en Brasil.
Cuando era pequeña los vi por primera vez en la montaña misteriosa que se alzaba detrás del patio de mi abuela. Pienso en ese sitio ahora y no me puedo creer que fuese tan grande y con tantos árboles y tan inmenso como todas las cosas en América, llanas, espaciosas, jóvenes como un junco recién nacido.
Me alegra recordar, desde la distancia española, aquel sol de Araya y a los chivos. Creo aún que si tuviera algún problema y viera por casualidad a alguno de ellos comiendo un poco de tierra árida, rocosa, le pediría disculpas por interrumpir tan importante actividad para pedirle un consejo sobre qué hacer con mi vida. El chivo seguramente se quedaría mirándome con su cara cirscunspecta y me pediría detalles, yo le contaría todos mis cuentos: algunos felices, otros no tanto y finalmente esperaría una respuesta. El chivo seguiría mirándome a los ojos sin decirme nada y yo movería la cabeza hacia adelante, aupándolo, para que hablara de una vez, pero el chivo me miraría con indiferencia y metería su terrible y barbuda cabeza entre la tierra amarillenta dándome la espalda.
Cuando era pequeña los vi por primera vez en la montaña misteriosa que se alzaba detrás del patio de mi abuela. Pienso en ese sitio ahora y no me puedo creer que fuese tan grande y con tantos árboles y tan inmenso como todas las cosas en América, llanas, espaciosas, jóvenes como un junco recién nacido.
Me alegra recordar, desde la distancia española, aquel sol de Araya y a los chivos. Creo aún que si tuviera algún problema y viera por casualidad a alguno de ellos comiendo un poco de tierra árida, rocosa, le pediría disculpas por interrumpir tan importante actividad para pedirle un consejo sobre qué hacer con mi vida. El chivo seguramente se quedaría mirándome con su cara cirscunspecta y me pediría detalles, yo le contaría todos mis cuentos: algunos felices, otros no tanto y finalmente esperaría una respuesta. El chivo seguiría mirándome a los ojos sin decirme nada y yo movería la cabeza hacia adelante, aupándolo, para que hablara de una vez, pero el chivo me miraría con indiferencia y metería su terrible y barbuda cabeza entre la tierra amarillenta dándome la espalda.
Comentarios
Besicos
Buen recuerdo, Ma. Inés, así como Araya, buen recuerdo.
Besos!
Ophir
buscando siempre el equilibrio.
Absurda meta.